Erase una vez…

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      Hace algún tiempo leí una frase que me pareció especialmente divertida. Fue en un libro sobre la Ley de Murphy y decía “si todo lo que tienes en el mundo es un martillo, cualquier cosa que veas te parecerá un clavo”.

 

      La cosa tenía su gracia y nunca pensé que terminaría aplicándola en un razonamiento serio pero hoy, dándole vueltas a la naturaleza de la luz y su comportamiento, vi claramente que esta frase, que en muchas ocasiones no pasa de ser un chiste ingenioso, se ajustaba perfectamente a lo que estaba pensando.

 

      Veréis, el martillo es una herramienta que, a falta de otra, utilizaremos indiscriminadamente para todo aquello que necesitemos hacer. Dando un salto mortal en el aire podríamos sacar el planteamiento del mundo del bricolaje y llevarlo al mundo de la ciencia afirmando que el problema que presentan muchas teorías científicas es que nos empeñamos en aplicar nuestros conceptos científicos, nuestro “martillo”, a todos los problemas que intentamos descifrar. No nos damos cuenta de que, al igual que en el caso de nuestra frase original, estamos simplemente utilizando la única e insuficiente herramienta que tenemos.

 

      Esto no quiere decir que nuestra ciencia sea algo reprobable pero, a mi modo de ver, resulta algo insuficiente que solo alumbra la superficie de las cosas sin dejarnos ver en profundidad todo su contenido y sus implicaciones.

 

      Posiblemente suceda que la ciencia, tal como la conocemos, este viciada desde el principio y no tenga nada que ver con lo que subyace bajo lo que intentamos dilucidar. Siempre me ha gustado utilizar el argumento de que la realidad que vivimos es un fenómeno local que solo se desarrolla bajo estos parámetros locales y así resulta que determinados fenómenos no tienen que cumplirse obligatoriamente en todo el universo sino que la existencia de distintas dimensiones o de universos paralelos, por ejemplo, pueden dar lugar a realidades completamente diferentes a la nuestra. Si vivimos inmersos en una realidad local, estaremos utilizando unas herramientas locales, unas ciencias locales, que no podrán, en ningún caso, llegar a conocer la realidad de un universo que es infinitamente más complejo.

 

      Recuerdo una serie de dibujos animados que se repite incansablemente desde mi niñez tanto en televisión como en todas las promociones de coleccionables que arrancan cada año. Se trata de “Erase una vez el cuerpo humano”. La producción era para niños así que no podía utilizar conceptos científicos muy complejos y resuelve la situación contando en términos infantiles esa terrible complejidad de nuestro organismo. Los glóbulos blancos y su sofisticado sistema de defensa, por ejemplo, se convirtieron en una suerte de guerreros que peleaban a brazo partido con los gérmenes y que dejaban el campo de batalla sembrado de cadáveres. Todo ello sin contar con que, con el tiempo, la publicidad vendría en su ayuda con el ejercito de Actimel que, en alguna especie de naves, reforzaba los puntos débiles de la defensa globuliana para someter por completo a muchas enfermedades.

 

      No sé si no resultará muy atrevido pensar que a nosotros nos pasa algo parecido con la ciencia aunque a un nivel más elevado. Interpretamos la realidad con nuestro intelecto limitado y conseguimos sacarle partido a nuestros descubrimientos pero se nos escapa totalmente la razón última de las cosas y su verdadera esencia. De ahí que las teorías no respondan en todas las condiciones y que nuestro conocimiento siempre parezca tan precario. Lamentablemente, el Capitán Actimel no sirve para estas batallas y estamos abandonados a nuestras pequeñas capacidades.

 

      El comentario parece algo catastrofista y, de alguna manera, siempre planea sobre mi cabeza aquella frase que escuché en un documental sobre Stephen Hawking en el que se planteaba si el universo no sería tan complejo que nunca llegaríamos a conocerlo. Sin embargo no debemos sacar un mensaje negativo de todo esto. Si solo tenemos esta herramienta, utilicémosla con la confianza de que esa casi totalidad de cerebro que tenemos desaprovechado despertará poco a poco y seguro, seguro, que con el tiempo nos ofrecerá una visión nueva del universo y de todo lo que contiene. Sonreiremos recordando nuestras inocentes conjeturas como ahora lo hacemos viendo al ejército de glóbulos blancos guerrear contra las bacterias y no dudo de que alguien se preguntará cómo pudimos conseguir tantas cosas con un “martillo” tan simple.

~ por perseidas en 22 marzo 2009.

Una respuesta to “Erase una vez…”

  1. Muy acertado el texto. Está claro que nuestras herramientas de interpretación son limitadas, y nuestro intelecto también. Como bien dices, confiemos en que poco a poco vayamos siendo capaces de ir despertando más y más capacidades que ahora mismo tenemos ·dormidas».
    Por otro lado, en ciencia, tan importante, o más – por más numerosos-, que los éxitos son los fracasos. Para definir o conocer cualquier fenómeno el ser humano va dando «palos de ciego», elaborando conjeturas que, a medida que se avanza en el estudio, se van demostrando verdaderas o falsas. En el primero de los casos, deviene el exito. En el segundo, en principio, no debería acontecer el fracaso ya que, al menos, esa teoría ha servido para definir lo que «no es» aquello que estamos buscando, lo cual, en ciencia, es bastante importante.
    Bueno, no se si me he explicado bien. Espero que me entendáis.

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