Vulcano

      Dios romano del fuego y los volcanes. Hijo de Júpiter y Juno se casó con Venus. Vivía bajo el monte Etna fabricando objetos de arte, armas y armaduras para los dioses. Con aspecto tosco, sucio y sudoroso…

 

      No, no vamos bien por aquí. La entrada de hoy no va de mitología y no se refiere a este Vulcano sino a un planeta fantasma, con el mismo nombre, que trajo de cabeza a los astrónomos desde mediados del siglo XIX hasta los inicios del XX.

     

      En 1840 el matemático francés Urbain Jean Joseph Le Verrier, junto con el director del observatorio de París, François Arago, propusieron una teoría para intentar justificar las anomalías encontradas en la órbita del planeta Mercurio. Armados con la Ley de la Gravitación Universal de Newton que, dicho sea de paso, era lo único con lo que contaban en ese momento, dedujeron que la variación de 43 segundos por siglo detectada en la órbita de Mercurio se debía a la presencia de un pequeño planeta que orbitaría entre éste y el Sol. Vulcano acababa de nacer.

 

      La idea no era mala. Anteriormente Le Verrier descubrió Neptuno basándose en las anomalías observadas en la órbita de Urano así que el caso de Mercurio era perfectamente extrapolable. Si Neptuno vio la luz gracias al cálculo científico, Vulcano podía aparecer en escena del mismo modo.

 

      A partir de ese momento, pese a la general incredulidad de la clase científica, todo el mundo se lanzó a la búsqueda del nuevo planeta sin, lógicamente, encontrarlo ya que, desde nuestra perspectiva de futuro, es claro que Vulcano no existe. La cuestión era que para los astrónomos de la época resultaba un objeto imposible de ver dada su proximidad al Sol y la única oportunidad de verlo se limitaba a intentar su búsqueda durante los eclipses solares.

 

      En esta línea, a lo largo de los años, astrónomos como Heinrich Schwabe, John Craig Watson o Simon Newcomb perdieron el tiempo miserablemente persiguiendo a nuestro fantasma aunque alguno de ellos estuvo siempre convencido de haber divisado al escurridizo planeta. De hecho, Newcomb insistía en haber detectado no uno sino dos planetas intramercuriales.

 

      Sin embargo no todo fue trabajo vano. Heinrich Schwabe, en su afán por probar la existencia de Vulcano registró, durante más de dos décadas, la evolución de las manchas solares y esta información fue de inestimable importancia en los estudios posteriores sobre la actividad solar y las variaciones de su campo magnético que afectan, en gran medida, a la Tierra.

 

      Volviendo al tema que nos ocupa resultó que Albert Einstein, en 1915, puso fin a la ilusoria vida de Vulcano justificando las anomalías de la órbita de Mercurio con su entonces novedosa teoría de la Relatividad. La mecánica de Newton no era aplicable en un entorno tan cercano al Sol donde las fuerzas gravitatorias curvaban el continuo espacio-tiempo de un modo que solo la relatividad era capaz de explicar.

 

      Einstein no cabía en sí de gozo con este caso tan claro ya que la reciente teoría planteada por él necesitaba comprobaciones que le dieran veracidad. A partir de ese momento han sido muchas las ocasiones en que la relatividad ha demostrado su validez pero no cabe duda de que ese momento fue especialmente significativo.

 

      De cualquier modo, es curioso observar cómo determinadas hipótesis se instalan en la vida científica sin tener demasiada certidumbre siendo, además, seguidas por infinidad de personas que viven convencidas de su veracidad hasta que la realidad termina poniendo todo en su sitio.

 

      No sería justo dejar a Le Verrier como un iluminado que vivió persiguiendo una ilusión. Este francés fue un notable científico que dedicó su vida a la mecánica celeste y que llegó a director del Observatorio de París. Probablemente su éxito en el descubrimiento de Neptuno le empujó al fracaso en el intento de Vulcano pero su aportación a la astronomía es algo que nadie se atrevería a cuestionar.

 

      Al final, Vulcano, tanto si hablamos del planeta fantasma como si lo hacemos del dios del fuego, no deja de ser un mito. Los dos hubieran reinado en un mundo abrasador al calor del Sol o de la fragua. Después de todo va a resultar que el principio de nuestra entrada no estaba tan descaminado.

~ por perseidas en 16 enero 2010.

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